Jueves, 18 de Abril 2024
Suplementos | XXVI Domingo Ordinario

Priorizar a nuestros hermanos

En este domingo el Evangelio nos invita acortar distancias entre la humanidad para que realmente a través de nuestro ejemplo el mundo se vea más unido y podamos llamarnos hermanos, hijos de un mismo Padre.

Por: Dinámica pastoral UNIVA

«Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos». WIKIPEDIA/«Dante y Virgilio visitan las dos primeras regiones del infierno», de Sandro Botticelli

«Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos». WIKIPEDIA/«Dante y Virgilio visitan las dos primeras regiones del infierno», de Sandro Botticelli

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Am 6, 1ª. 4-7.

«Esto dice el Señor todopoderoso:
"¡Ay de ustedes, los que se sienten seguros en Sión
y los que ponen su confianza
en el monte sagrado de Samaria!
Se reclinan sobre divanes adornados con marfil,
se recuestan sobre almohadones
para comer los corderos del rebaño y las terneras en engorda.
Canturrean al son del arpa,
creyendo cantar como David.
Se atiborran de vino,
se ponen los perfumes más costosos,
pero no se preocupan por las desgracias de sus hermanos.

Por eso irán al destierro a la cabeza de los cautivos
y se acabará la orgía de los disolutos"».

SEGUNDA LECTURA

1Tm 6, 11-16.

«Hermano: Tú, como hombre de Dios, lleva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste tan admirable profesión ante numerosos testigos.

Ahora, en presencia de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Cristo Jesús, que dio tan admirable testimonio ante Poncio Pilato, te ordeno que cumplas fiel e irreprochablemente, todo lo mandado, hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo, la cual dará a conocer a su debido tiempo Dios, el bienaventurado y único soberano, rey de los reyes y Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, el que habita en una luz inaccesible y a quien ningún hombre ha visto ni puede ver. A él todo honor y poder para siempre».

EVANGELIO

Lc 16, 19-31.

«En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas.

Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.

Entonces gritó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas'. Pero Abraham le contestó: 'Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá'.

El rico insistió: 'Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos'. Abraham le dijo: 'Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen'. Pero el rico replicó: 'No, padre Abraham. Si un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán'. Abraham repuso: 'Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un muerto'"».

Priorizar a nuestros hermanos

En este domingo XXVI del tiempo ordinario quiero centrar la reflexión sobre la primera lectura del profeta Amós. Se nos hace una amonestación a los que ponemos en primer lugar nuestras comodidades sobre las necesidades de nuestros hermanos, especialmente, con los que más sufren. Salir de nuestra zona de confort no es fácil, ya que implica una renuncia a nosotros mismos. Nos olvidamos de las necesidades de todos aquellos que nos rodean, porque hemos dejado de lado a Dios. Quien deja de lado a Dios puede ser por varias cuestiones, pero en el fondo podemos decir que es porque se rige bajo sus propias reglas, costumbres e ideas. La necesidad que la humanidad tiene de Dios es inevitable, porque en su interior está impregnado este deseo, como bien dice San Agustín: “eres más íntimo que mi propia intimidad”.

El riesgo de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón es siempre constante. Ya nos recordaba el Papa Francisco en la cuaresma pasada, “el mayor peligro en nuestros tiempos es la indiferencia”. Pensar y creer que las necesidades de los demás no nos incumben, mucho menos que podemos hacer algo por ellos, es caer en la postura errónea que resalta el profeta Amós en la primera lectura. Jesús nos enseña que ante todo debemos tener misericordia por nuestros hermanos. 

Si somos sinceros siempre tenemos algo que dar a nuestros hermanos frente a sus necesidades, y no nos referimos a lo meramente material sino a cosas que son invaluables, tales son como: la atenta escucha, el consejo fiel y prudente, las palabras de aliento, el testimonio y sobre todo un corazón dispuesto a brindar lo necesario para el bienestar de los demás. 

Cuando nos preferimos a nosotros mismos es un acto de egoísmo, ¿cuánto afecta el egoísmo en nuestras vidas? El daño es imprescindible porque destruye a la sociedad, familias enteras y personas. Vivir en el egoísmo se nos ha hecho tan común que no somos capaces de mirar al otro. 

En este domingo el Evangelio nos invita acortar distancias entre la humanidad para que realmente a través de nuestro ejemplo el mundo se vea más unido y podamos llamarnos hermanos, hijos de un mismo Padre.

Quiero terminar esta reflexión con unas palabras de Santa Teresita del Niño Jesús que nos sirven como motivación en nuestra vida cotidiana: “Nos hace mucho bien, cuando sufrimos, tener corazones amigos, cuyo eco responde a nuestro dolor”.

El Espíritu viene en nuestra ayuda

Todos estamos sufriendo estos tiempos de postpandemia y experimentamos que todo sigue en crisis, y eso nos hace vivir asustados, pasmados y en un estado de apatía muy grande. Este pequeño escrito no da para un análisis del origen de esta situación en la que nos encontramos, y mucho menos pretende ofrecer soluciones. Sólo es una invitación a recuperar el Espíritu que da vida en nosotros, en las instituciones, en la familia, inclusive de las actividades humanas más básicas y simples, como comer, conversar, trabajar, vivir, etcétera.

Tenemos que recuperar la fuerza vital que todos tenemos y que nos empuja a vivir en plenitud. Es la misma fuerza de Dios la que nos hace construir una nueva humanidad. San Pablo nos dice que en “Él (Jesucristo) existimos, nos movemos y somos”. Esa fuerza nos hace buscar caminos de plenitud, de unión con los otros, de trabajar por el bien común, cuidar la Casa común, de salir de nuestro egoísmo y de vivir ese deseo profundo de vida. Solamente depende de hacer contacto con nuestro yo profundo, que necesariamente nos lleva a salir de nosotros mismos e ir al encuentro con los otros y vivir en solidaridad, en unión, en trabajar juntos, en conversaciones que dan vida, en reír, bailar, hacer fiesta. 

Para los cristianos, ese impulso lo recibimos como regalo. Si contemplamos la vida de Jesús, observamos que esa fuerza lo asistió desde su nacimiento, vida, muerte y resurrección, y nos derramó su mismo Espíritu a toda la creación y a toda la humanidad para que continuemos su obra. Jesús nos lo recuerda: “cuando venga el Espíritu de la verdad, les guiará a la verdad plena” (Jn 16,13), y a Nicodemo le dice “que si no renace de nuevo, no puedes ver el reino de Dios” (Jn 3,3).

La oferta del Señor está dada: hay que vivir bajo la acción del Espíritu que nos invita a reinventarnos, a renacer a la libertad de los hijos de Dios para salir de esta apatía y luchar para detener la hemorragia narcisista que nos ahoga, para dar vida y hacer un mundo nuevo.

José Martín del Campo, SJ-I ITESO

 

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