Viernes, 19 de Abril 2024
Suplementos | Domingo vigesimosexto ordinario

No basta la buena voluntad

La iniciativa viene de Dios y también todas las gracias para salvarse, mas no son suficientes las nobles intenciones; la respuesta es cumplimiento, no hablar sino hacer

Por: Dinámica pastoral UNIVA

La parábola de Jesús pone al descubierto la falta de compromiso de sus interlocutores -escribas y fariseos- en la lucha por el reino, en la lucha por un mundo mejor y más justo. WIKIPEDIA/«Los fariseos cuestionan a Jesús», deJames Tissot

La parábola de Jesús pone al descubierto la falta de compromiso de sus interlocutores -escribas y fariseos- en la lucha por el reino, en la lucha por un mundo mejor y más justo. WIKIPEDIA/«Los fariseos cuestionan a Jesús», deJames Tissot

LA PALABRA DE DIOS

PRIMERA LECTURA

Ez. 18, 25-28.

«Esto dice el Señor: “Si ustedes dicen: ‘No es justo el proceder del Señor’, escucha, casa de Israel: ¿Conque es injusto mi proceder? ¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere; muere por la maldad que cometió. Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se aparta de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá”. Palabra de Dios».

SEGUNDA LECTURA

Flp. 2, 1-11.

«Hermanos: si alguna fuerza tiene una advertencia en nombre de Cristo, si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si nos une el mismo Espíritu y si ustedes me profesan un afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo todos una misma manera de pensar, un mismo amor, unas mismas aspiraciones y una sola alma. Nada hagan por espíritu de rivalidad ni presunción; antes bien, por humildad, cada uno considere a los demás como superiores a sí mismo y no busque su propio interés, sino el del prójimo. Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre».

EVANGELIO

Mt. 21, 28-32.

«En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: “¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: ‘Hijo, ve a trabajar hoy en la viña’. Él le contestó: ‘Ya voy, señor’, pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Este le respondió: ‘No quiero ir’, pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?”. Ellos le respondieron: “El segundo”. Entonces Jesús les dijo: “Yo les aseguro que los publicanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas, sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”.».

No basta la buena voluntad

Una parábola más. Son los últimos días de la vida pública del Señor. Como lo anunciaron antes los profetas, Jesús el Hijo de Dios entró manso y humilde a Jerusalén, la ciudad de David , montado en su borrico, y ya no volvería a recorrer aldeas y ciudades. Es la última semana. Será levantado en alto, en la cruz. Mientras tanto, un día, “entrando en el templo, se le acercaron los sacerdotes y los ancianos”.

Ellos se tenían por buenos, se preciaban por virtuosos y no lo eran. El Señor quería que se convirtieran. Para ellos y los que siguieron después, y los de este siglo XXI que presumen de ser buenos cristianos y ostentan credencial de virtuosos, Cristo dijo una parábola.

Breve narración limitada a tres personajes, con dos cortos diálogos, un mínimo de palabras y dos desenlaces. Ésta es: “Un hombre tenía dos hijos y fue a ver al primero y le ordenó: 'Hijo, ve a trabajar hoy en la viña'; él le contestó: 'Ya voy, señor', pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: 'No quiero ir', pero se arrepintió y fue” .

Es de nuevo, como el domingo pasado, el tema del destino eterno del hombre y la responsabilidad personal ante el designio amoroso de Dios. La iniciativa viene de Dios y también todas las gracias para salvarse, mas no basta la voluntad, por noble y buena que sea. La respuesta es cumplimiento. Alguien escribió que de buenos propósitos está empedrado el camino del infierno. Con finura, Cristo les echa en cara a los sacerdotes y a los ancianos su falsa postura, su hipocresía, su desprecio a los que, según ellos, son pecadores, son malos, son perversos.

El hombre, limitado, imperfecto, pecador, no es quien debe juzgar a los demás. El cristiano si de veras vive la caridad al prójimo, no ha de tomar una actitud farisaica de escandalizarse, ni asustarse ante las actitudes y los hechos de los que han caído.

Consciente de su propia condición, si está de pie, mira que no caiga, y aunque en su haber tenga una larga historia de buenas acciones, ni aún así ha de tenerse por justo, ni querer ser reconocido como virtuoso y mucho menos ser tenido como santo. A los ojos de Dios, son detestables esas actitudes esa presunción, esa falsa seguridad.

“Cuando el malvado se convierta salvará su alma”, así dice la palabra de Dios.

La conversión personal es borrar el pasado con una nueva vida. Es renovarse, es tener “un corazón y un espíritu nuevos” (Ezequiel 18, 31).

No hay conversión cristiana, si no es una conversión a Cristo, conversión en Cristo, conversión por Cristo.

José Rosario Ramírez M.

Comunión, llamado a ser solidario

Durante todo el año estamos acostumbrados a que desfilen por nuestras parroquias o templos cientos de personas de todas las edades; se realizan diversas ceremonias: bautizos, primeras comuniones, confirmaciones, matrimonios, defunciones; celebramos nuestras fiestas patronales en cada una de nuestras comunidades cristianas. Todas profesan su fe con los labios, pero ¿cuántas de esas personas perseveran haciendo comunidad? ¿Cuántas de esas personas están comprometidas en una lucha por la justicia y por la paz? No existe verdadera evangelización si solo nos quedamos en el anuncio de unos “valores” y no fomentamos el discipulado, o el seguimiento de Jesús, haciendo comunidades comprometidas con los valores de Jesús en la opción por los más pobres. Y eso es válido para nuestras parroquias, colegios, comunidades religiosas, y cada uno de nuestros hogares. El sentido de la parábola del evangelio es claro: lo importante no es hablar sino hacer. Y el hacer se vive al interior de la comunidad cristiana y en el compromiso con mejorar el mundo que nos rodea con acciones palpables.

La parábola de Jesús pone al descubierto la falta de compromiso de sus interlocutores -escribas y fariseos- en la lucha por el reino, en la lucha por un mundo mejor y más justo. Nos muestra además cómo los que eran considerados pecadores por el aparato religioso eran, en realidad, los únicos atentos a la llamada del reino. La conversión no es un asunto de prolongados ejercicios piadosos, sino una llamada impostergable a la fraternidad porque todos somos hijos queridos rodeados del cariño del Padre y poseedores de su Espíritu. 

Las palabras de Jesús herían la sensibilidad religiosa de las autoridades judías que se consideraban auténticos seguidores de Dios e inigualables hombres de fe, porque colocaba delante de ellos el testimonio de aquellas personas que eran consideradas una lacra social: las prostitutas y los publicanos. Estas eran profesiones terriblemente despreciadas, y quienes las ejercían eran considerados personas asquerosas e inadmisibles entre la gente de bien. Jesús ridiculiza todas esas valoraciones lanzadas desde los pedestales del sistema religioso y muestra, con los hechos que le rodean que la realidad es otra. Al final de la vida lo que importa será “lo que hicisteis a uno de estos pequeños” (Mt. 25,40) ¿Quiénes son hoy los “publicanos” y las “prostitutas” a quienes debemos de dar preferencia en nuestra tarea pastoral? ¿Quiénes son esos pobres que como decía Romero “me enseñaron a leer el Evangelio”?

Debemos vivir unidos como hermanos en Cristo Jesús, pidámosle al Señor nos ayude a asumir nuestra propia responsabilidad en la edificación interna de la comunidad cristiana y la difusión del Reino de Dios entre nuestros hermanos bajo el impulso del Espíritu de Cristo resucitado.

El grito de la vida que germina

La comunidad cristiana inicia con el relato de unas mujeres que al buscar el cuerpo muerto de su maestro encuentran la tumba vacía. Lo primero que experimentaron fue el horror y la desesperación: ¡Han desaparecido el cuerpo! Pero muy pronto, estas mujeres percibieron en el vacío el silencio de la vida que germina. Entonces gritaron: “¡Está vivo!”. Su desesperación se convirtió en fuerza transformadora que las impulsó a regresar a sus comunidades para comunicar no la tristeza de la vacuidad y la derrota sino el gozo de la plenitud y la victoria. Los hombres no les creyeron y fueron a verificar la certitud de ese relato. Llegaron a la tumba y no encontraron a nadie, tan sólo vieron en el suelo el lienzo que días atrás había envuelto el cuerpo inerte del maestro. Quedaron pasmados. Nuevamente, las mujeres los sacaron de sus inercias volviendo a gritar: “¡Está vivo!”. El vigor del testimonio de estas mujeres que supieron percibir vida donde ellos no veían nada, los transformó, y juntos, en comunidad, continuaron las mismas prácticas vitales del maestro: sanaron, perdonaron, incluyeron, compartieron; prácticas que siguen vigentes hasta el día de hoy en las comunidades que pretenden ser cristianas.

Este mismo vigor lo encuentro en el testimonio de muchas mujeres que van germinando vida ahí donde se encuentran: mujeres que no se dejan definir por el silencio y el temor, sino que gritan: “¿Dónde están?”, “¡Ni una más!”, “¡Yo sí te creo!”, “¡A mí también!”. Gritos que nos van sacando de nuestras inercias y que nos van impulsando a abrirnos a vivir de otra manera.

Salvador Ramírez Peña, SJ - ITESO

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