Martes, 23 de Abril 2024

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Violencia intramuros

Por: Gabriela Aguilar

Violencia intramuros

Violencia intramuros

¿Dónde se encuentra la línea que divide una negligencia en el cuidado infantil del abuso a los menores? La semana pasada no dejé de sorprenderme con la información que se difundió sobre el trato a los niños tanto en casa como en las escuelas. En un video que le dio la vuelta a los noticiarios se pudo observar la acción de elementos de seguridad de Chalco, en el Estado de México, durante el rescate de una pequeña a la que sus padres dejaron dentro de un tinaco de agua vacío en el patio de su casa mientras éstos estaban fuera. Fue la denuncia de los vecinos la que propició el rescate.

No puedo imaginar el pánico de la pequeña al ser abandonada y expuesta a las inclemencias del tiempo, al encierro en ese diminuto espacio –prisión y jaula donde se vea– en la que posiblemente estuvo antes sólo porque “era muy inquieta”.

Con menor suerte corrió otro pequeño de la misma localidad que fue rescatado de las agresiones físicas que sufrió de su madre y su padrastro. El pequeño ahora se encuentra en un hospital recuperándose de las lesiones visibles en todo el cuerpo, desde hematomas hasta cortaduras que sufrió por tiempo prolongado.

Ambos casos tienen un patrón común: una madre y un padrastro que ahora se encuentran detenidos e iniciando un proceso legal por abuso u omisión mientras los menores se encuentran bajo la custodia de las autoridades.

Por situaciones como estas es que el índice de delitos contra los menores de edad va en aumento. Según el reciente informe del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) entre 2018 y 2021 aumentó 45% los delitos contra menores de 17 años que van desde la trata de personas, la corrupción de menores y rapto, hasta los delitos que atentan contra la integridad corporal, la vida e incluso el feminicidio; en México pasamos de siete mil 745 a 11 mil 306 casos registrados el año anterior.

Pero no siempre son los adultos o los padres los responsables. Juan Pablo, un niño de origen Otomí de 14 años, fue víctima de discriminación y abuso de sus compañeros en Querétaro, quienes le arrojaron alcohol y le prendieron fuego a su ropa en las instalaciones de la telesecundaria a la que asistían sólo porque él no hablaba bien español. Negligencia de principio a fin. El adolescente acabó expuesto y con quemaduras de segundo y tercer grado en las piernas sin atención inmediata. El acoso escolar ascendió a la tentativa de homicidio sin poder detener a los menores porque no cuentan con 14 años cumplidos, mientras tanto, Juan Pablo espera someterse a una tercera intervención quirúrgica por la gravedad de sus lesiones.

Ninguno de los tres casos, por fortuna, terminó con el deceso de un menor, pero cada cual deberá sanar sus lesiones con el tiempo mientras llega la justicia. La otra pandemia nos dejó un alto índice de violencia intramuros, pero una vez que se abrieron las puertas y las ventanas a la nueva realidad la violencia sigue en el mismo sitio. ¿En qué momento se deja de sentir empatía por un compañero o se llega a la indolencia frente a un niño?

Urgen acciones y campañas para frenar los escandalosos números que evidencian la vulnerabilidad de la infancia en nuestro país, antes de que otra comisión de la ONU coloque a la sociedad mexicana en el ojo internacional por la gravedad de la situación frente a la protección de los menores, así como ya sucedió con los desaparecidos en el país; o peor aún, que la inseguridad que viven muchos niños dé como resultado una generación de futuros adultos que normalice la violencia que sufren o que observan y que las estadísticas sean cada vez más graves.

Gabriela Aguilar

puntociego@mail.com

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