Jueves, 25 de Abril 2024

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Treinta minutos: la pérdida de Víctor por COVID-19

Por: Gabriela Aguilar

Treinta minutos: la pérdida de Víctor por COVID-19

Treinta minutos: la pérdida de Víctor por COVID-19

“¿Víctor?, ¿estás bromeando, verdad?”. Fue la frase que cambió la vida de María, su esposa, e indirectamente la de todos los que viven en uno de los edificios de Villas de San Juan. Víctor se desplomó al bajar las escaleras, afuera de su casa en el primer piso. Salían a la tienda y el COVID-19 se presentó en su más fuerte manifestación: le robó el oxígeno, le quitó la vida.

Fue el primer domingo de noviembre, en Jalisco era el primer fin de semana de confinamiento ante el botón de emergencia que comenzó el pasado viernes a causa del aumento de contagios por COVID-19, y ante el descontento de muchos que no tienen argumentos para debatir algo que no tiene retorno: vidas humanas.  

María estuvo sola, nadie podía salir a consolarla, a decirle que tuviera fe, que esperara sin derrumbarse los más de 20 minutos que tardó la ambulancia. Ni a ella ni a los que lo intentaron les contestaron en el servicio de emergencias 911.

Se sumó todo el edificio al interior de sus casas -sentían miedo por el virus, aunque nadie lo externara- para atreverse a llamar al médico más cercano que conocían. Unos prendieron veladoras, otros comenzaron a rezar al tiempo que se escuchaba la comunicación entre unos y otros desde las ventanas. “Calmémonos, y entendamos que hay protocolos que siguen los médicos, no puede venir cualquier ambulancia por lo del Covid-19, los paramédicos y demás personal se deben cuidar”.

María no iba a entender nada de lo que los demás dijéramos en ese momento, gritaba fuerte, le pedía a Víctor que no la dejara, le recordaba los planes por vivir y aseguraba que era un guerrero, que había pasado por muchas y esto no lo acabaría. Se escuchó entonces la voz de una mujer, una doctora que vive en el edificio: acercó un oxímetro, ya no registraba nada de oxígeno; sin embargo, aseguró que aún tenía pulso y más gritaba María por la ambulancia. “No te mueras, ya viene la ambulancia”, pero la sirena no se escuchaba.

“Desde hace dos semanas tenía diagnóstico de COVID-19, anoche la pasó muy mal, pero no quiso que llamara a nadie”, les decía a unos cuantos que se atrevieron a pasar la barrera de sus casas y exponerse. ¿Por qué salía a la tienda como sí nada? Comentaban testigos del hecho. Y ¿por qué seguimos sin reconocer que es una realidad, que no es ningún invento ni un experimento para terminar con la sobrepoblación? María aseguraba que fue él quien la quiso acompañar esa mañana, sin saber lo que minutos más tarde pasaría.

Muerte cerebral, dijo el paramédico que atendió el servicio. Se fue, y María con gritos, enojada, negaba el diagnóstico, le exigía que hiciera algo, que no estaba muerto. Al cabo de media hora ella se quedó sin Víctor y sin un abrazo que sostuviera un poco el dolor que significa una pérdida irreparable. Un número más para la cifra que no da tregua, ni aún en confinamiento por decreto estatal.

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