El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), se percibe a sí mismo ya como un ser omnipotente, una deidad a la que todo mundo debe obedecer, rendir pleitesía, y agradecer por su sola existencia y por todo el bien que produce no solo a México sino al mundo entero. Es tal su exagerada autoestima, y estados de locuacidad excesiva, que quizá solo le falte gritar “Soy Dios”, para confirmar las elucubraciones de quienes vemos con preocupación sus cada vez más habituales episodios de euforia emocional.Frente a otros poderes del Estado Mexicano es tal su presunción de superioridad, que da por hecho que estos tienen que cumplir su voluntad. Busca imponer magistrados, consejeros electorales, y ordena lo que se tiene que aprobar o no en el Poder Legislativo. Le da lo mismo romper las leyes que torcerlas para su beneficio o el de sus proyectos, para ello recurre a iniciativas, acuerdos y decretos. Ante instituciones que debiesen gozar de autonomía como la Fiscalía General de la República (FGR), igualmente instruye a quien se debe investigar, perseguir, encarcelar, o perdonar. Su control en la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) no tiene parangón. Manda también en la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) y en la Secretaría de la Función Pública (SFP). Ha golpeado y eliminado instituciones, programas sociales y proyectos solo por capricho o venganza, pero lo más grave es que su sed de venganza y de romper con todo lo que hicieron administraciones pasadas parece no tener fin.Pareciere que una extraña combinación de personajes convergen bajo la figura de AMLO, quien por momentos nos recuerda a “El Rey Chiquito”; al protagonista de la serie “El Capo”; al rey Carlo Magno, o nos remite a la novela de “El mundo según Wayne”.Baste recordar las declaraciones y expresiones de los últimos días para darnos cuenta lo que ocurre en la presidencia de nuestro país.Por ejemplo, a principios de esta semana, hizo publicar un decreto en el Diario Oficial de la Federación (DOF), a través del cual se establece que todas las dependencias federales tienen la obligación de aprobar los proyectos del Gobierno que preside, y que estos se deben considerar de Seguridad Nacional de manera que ni siquiera estén obligados a rendir cuentas de cómo gastan los recursos.El miércoles, propuso a la actual subsecretaria de Egresos en la Secretaría de Hacienda, Victoria Rodríguez Ceja, para la gubernatura del Banco de México (Banxico), generando críticas a su propuesta por carecer del perfil requerido para el cargo; de hecho, la bolsa mexicana de valores cerró dos días seguidos con pérdidas, lo mismo que el peso que cayó frente al dólar.Sin embargo, a la mañana siguiente, AMLO rechazó tener un plan B pues dijo, (los senadores) “van a aprobarla”.Al día siguiente, afirmó que si él no hubiera ganado las elecciones de 2018 y no se hubiera cambiado la política económica, habría un caos, México estaría hundido, destrozado y hubiera habido más muertes por la pandemia de Covid-19.A Andrés Manuel no le importa mentir como respira y armar montajes con fin de conseguir lo que se propone. En su mente torcida y trasnochada Andrés Manuel no parece darse cuenta que es la destrucción, el caos y la zozobra lo que se está viviendo ya en este país como consecuencia de sus malas decisiones de Gobierno.Y es que, el estilo personal de gobernar o de imponer su voluntad, como se le quiera llamar a lo que hace el presidente López Obrador, se asemeja al de un monarca absoluto apartado del apego a la norma constitucional y a cualquier imperio de ley. Sus desconcertantes actitudes, declaraciones, decisiones y acciones de gobierno colocan al país en una constante situación de riesgo en no pocos sentidos, mientras él con su gran corona y enorme capa, se pasea por su palacio desde donde vive una realidad diferente.opinión.salcosga@hotmail.com