Viernes, 29 de Marzo 2024
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El complejo de Dios

Por: Jonathan Lomelí

El complejo de Dios

El complejo de Dios

Un narcisismo colosal. 

Así describe el neurólogo y psicoanalista Ernst Junger (Gales, 1879-1958) el «complejo de Dios», un concepto que usó en su libro Ensayos sobre psicoanálisis aplicado (1923). 

Desde que lo escuché por primera vez, el término me atrajo como una posible explicación de los excesos de poder en una parte de nuestra clase política y dirigente. 

Este complejo ronda palacios por las mañanas y se disfraza de discurso científico para normalizar miles de muertos por la pandemia. También crea ilusiones digitales que ocultan la realidad de un estado con cientos de fosas clandestinas, asesinatos y desapariciones.     

Enumero algunos rasgos descritos por Junger en su libro para identificar el «complejo de Dios». 

Como anticipé, a estas personalidades las caracteriza un narcisismo colosal. Desarrollan una admiración y confianza excesiva en sus poderes, conocimientos y cualidades, tanto físicos como mentales. Creen, por ejemplo, que su poder frena una pandemia o que el virus no lo daña si le ordenan: detente.

Muestran gran interés en la comunicación y medios mejorados con tendencia a la sobreexposición (mediática en este caso) de su persona. Predican, además, una excesiva modestia que en realidad manifiesta todo lo contrario, una insuperable vanidad. 

Vaya coincidencia: no viajan voluntariamente largas distancias, sobre todo evitan dejar su país por apego al terruño. Más cómodos en casa, rechazan ir al mundo e insisten en que el mundo llegue a ellos. Este rasgo se complementa con una aversión natural a los conocimientos nuevos. Alguien que sabe todo, no desea aprender nada nuevo. 

Nada les ofende más que la sugerencia de su parecido a otra persona. Son distintos a cualquier modelo precedente. Inimitables. Por eso la actitud de juzgar es su característica. Su juicio bambolea entre dos polos: la tolerancia e intolerancia extrema. Cuál se manifiesta, eso depende de si la falta es suya o de otros.      

Su tiempo siempre es el correcto, mejor y más valioso en comparación con el de los demás. 

Y quizá el rasgo más particular: su aspiración de finalmente ser amados los lleva a la autocreación de fantasías de renacimiento (refundación, transformación) en donde ellos presiden un mundo inmensamente mejorado o totalmente ideal. 

Su actitud consciente, en resumen, muchas veces es producto de una fantasía inconsciente en la que el sujeto se identifica con Dios.

Casi al final del capítulo dedicado a este complejo, Junger apunta:  

«Cuando tales hombres se vuelven locos, tienden a expresar abiertamente la ilusión de que en realidad son Dios, y casos de este tipo se encuentran en todos los asilos». 

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