Martes, 23 de Abril 2024

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De la rabia a la impotencia

Por: Gabriela Aguilar

De la rabia a la impotencia

De la rabia a la impotencia

Indignación. Para mí es esa emoción que pasa de la rabia a la impotencia y deja una profunda tristeza que no se esfuma porque se siente en la piel. Así terminé de leer en días pasados el caso de una pareja que fue detenida y vinculada a proceso por maltrato infantil al grado tal de privar de la vida a su bebé de tan sólo un año y ocho meses. ¿Quién hace eso? ¿Quién agrede brutalmente a una pequeña persona que apenas camina y todavía no puede hablar bien? Yo podría pensar que nadie, pero en nuestro Estado sucede con más frecuencia de lo que imaginamos.

Parricidio. Esas cuatro sílabas encierran un delito impensable, pero sucede, y es que este confinamiento por el COVID 19, que para muchos se aproximó al cautiverio, evidenció la violencia interior. Más aún si se limitaron las opciones de cuidado de los pequeños mientras los padres trabajaban, y es que el recorte presupuestal para las estancias infantiles en la actual administración federal dejó sin opciones a muchos padres y madres trabajadoras al pasar de casi 500 estancias infantiles en 2018 a sólo 130 el año pasado. Una guardería privada puede significar un egreso familiar entre los mil 600 y los tres mil pesos mensuales por cada niño, lo que para muchos no es una opción viable.

Así como el caso de la semana anterior, en mayo pasado un bebé de un año y cuatro meses perdió la vida por la golpiza que le propinó su madre y la pareja de ésta sólo porque no dejaba de llorar. Y las historias siguen: entre enero y mayo dos menores de tres años lograron sobrevivir a las agresiones de sus padres, parricidio en tentativa, uno sufrió una lesión en el cuello con arma blanca y otro en la cabeza con arma de fuego. ¿Cómo podría defenderse de un adulto un pequeño que no alcanza el metro de estatura y los 16 kilogramos de peso?

De acuerdo al Informe Anual 2020 de UNICEF el 52.8% de niños, niñas y adolescentes en México han experimentado métodos de disciplina violenta que han dejado secuelas en su desarrollo y este año han sido enfáticos en su campaña #Buentrato sobre una crianza positiva y la erradicación del castigo corporal.

Recuerdo que cuando se estrenó la docuserie de Netflix “Justicia para el pequeño Gabriel” (Brian Knappenberger, 2020) no pude verla como a cualquier otra: tuve que hacer pausas y cambiar de género más de una vez, ya que los episodios que narraban el caso de cómo Gabriel Fernández fue torturado por su madre y el novio de ésta hasta llevarlo a la muerte cambiaron mi visión del maltrato infantil; de cómo las autoridades omitieron cada señal que pudo salvarle la vida retirándole la custodia a tiempo a su madre, pero no lo hicieron.

Religiones aparte, hace tiempo leí que la fe se encuentra en cada individuo cuando nace, con el tiempo se afianza o se pierde, pero su primera manifestación es la certeza de que las necesidades básicas como protección y alimento serán satisfechas por la madre, fuimos diseñadas naturalmente para ello, es instinto. Sin embargo, hay quienes no lo tienen u olvidaron que lo tenían y con ello perdieron una parte de su naturaleza.

Nos alarmamos, todos, por el alza en homicidios, por el creciente índice de feminicidios, por el aumento en las llamadas al 911 debido a la violencia de género, ¿pero quién pensó en este tiempo de confinamiento en todos esos pequeños que no tuvieron una oportunidad para denunciar a sus agresores? ¿Por qué no hay marchas con lazos azules para erradicar la violencia infantil? ¿Qué estamos haciendo para que no haya ni uno más? La realidad supera siempre a la ficción, lamentablemente. ¿Qué sucederá con esos niños y niñas víctimas de maltrato? ¿Tendrán la capacidad de no repetir la historia? Yo tengo fe y quiero pensar que sí.

puntociego@mail.com

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