Jueves, 02 de Mayo 2024

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Camila y el Estado parasitario

Por: Jonathan Lomelí

Camila y el Estado parasitario

Camila y el Estado parasitario

Camila era una niña de 8 años que acudió a jugar a casa de su amiga en Taxco, Guerrero, pero nunca regresó. La cadena trágica de hechos alrededor de su muerte sólo puede formularse como un sinsentido. La cronología de los acontecimientos es un vano recurso para intentar entender el verdadero drama de esta historia. 

Camila llegó el miércoles pasado a la una de la tarde a casa de su amiga. Un video difundido en redes sociales mostró cómo tres horas después, Ana, madre de la amiga, salió con un cesto de ropa. La siguió un hombre que cargaba una bolsa de plástico negra que metió en la cajuela de un taxi. 

Cerca de las 20:40 horas, tras protestas de familiares para exigir la aparición de Camila, policías municipales detuvieron al conductor del taxi. Confesó que la niña estaba muerta (la estrangularon) y señaló la ubicación del cadáver abandonado en la carretera. 

Al día siguiente, jueves a las diez de la mañana, policías municipales acudieron al domicilio en donde desapareció Camila. Antes agentes ministeriales acudieron a tomar fotos pero después se retiraron. 

Mientras esperaban su regreso con la orden de aprehensión, los vecinos enfurecidos sacaron a Ana de su domicilio y la lincharon. Los agentes poco pudieron hacer para contener la turba. Ana murió debido a los golpes. Sus dos hijos también fueron golpeados brutalmente cuando intentaron auxiliar a su madre. 

Doroteo Vázquez, secretario de seguridad de Taxco, declaró que la culpa era de la madre de Camila por dejar sin supervisión a su hija (luego se disculpó). La gobernadora, Evelyn Salgado, ese accidente de la política, prometió que no habría impunidad (cuando es justo lo único que hay en su Estado). 

López Obrador, a 177 kilómetros de distancia, dijo que “se está actuando”, así, de forma impersonal, sin un sujeto identificable, en algún lugar, “se actúa”. Hace tiempo que el político y luchador social que conocimos se extravió en los pasillos de un palacio y ahora un hombre irreconocible, parado ante un atril, responde en su nombre todas las mañanas. 

No fue culpa del azar ni un accidente. Cada eslabón de esta tragedia tiene un nombre y una responsabilidad. Por eso no digan que se debió a la ausencia del Estado, ese lugar común de la comentocracia y una queja taladrante que vacía de sentido las palabras. El Estado existe, ahí está, devengan sueldos, prestaciones, llenan formularios, cumplen con un horario, ocupan una silla en oficinas burocráticas, dan mensajes a la población, participan en elecciones, obtienen votos, pero incumplen con su función. 

No confundamos ausencia con ineficiencia y nulidad, se trata más bien de una omisión orquestal en donde el Estado simplemente cumple una función parasitaria. Es un huésped que se alimenta a expensas de nosotros y al que podemos acusar de todo menos de estar ausente. 

jonathan.lomeli@informador.com.mx

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