Sábado, 20 de Abril 2024

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Ante la inseguridad, cómo responde la sociedad civil

Por: Augusto Chacón

Ante la inseguridad, cómo responde la sociedad civil

Ante la inseguridad, cómo responde la sociedad civil

Pero, ¿la criminalidad y la violencia preguntan algo a la sociedad civil? Decimos criminalidad y asumimos que sabemos a qué nos referimos, ¿es así? Desde la segunda acepción que la Real Academia ofrece para el término, parece que la duda no cabe: criminalidad como el “hecho de cometerse crímenes”; aunque el vocablo se vuelve más interesante si visitamos la primera definición: “Cualidad y circunstancia que hace que una acción sea criminal”. Nadie rebate -salvo ciertas autoridades- que estamos inmersos en criminalidad, de acuerdo con la segunda posibilidad para el uso de la palabra: se cometen crímenes, y en tal cantidad que luce más preciso expresar: criminalidad, parece describir mejor lo que padecemos, no únicamente aquellos comportamientos que violan las leyes, sino la atmósfera que nos envuelve: criminalidad; desde esta noción es que la palabra está fatalmente emparejada con la otra: violencia, que no necesariamente es un delito -la violencia, dicha así nomás- pero sin la cual, hoy la multitud de crímenes no sería parte de la cotidianidad. Pero resta lo otro: eso que sucede y que gana la cualidad de criminal por la circunstancia en la que se presenta ¿es un problema jurídico, moral o una exquisitez de quienes se devanan con las inutilidades de la lengua?

En la hipótesis de que la criminalidad y la violencia, en una colectividad dada, formulan una pregunta a la sociedad civil (y que ésta responde), planteada básicamente por la estadística de los hechos criminales que a su vez son reflejo de la violencia, de cierta violencia, hay reverberaciones de ésta que no aparecen en las cifras de lo delictivo: la desigualdad, la exclusión, la discriminación, el clasismo, el racismo soterrado y el abierto, no pocas maneras de las relaciones familiares, en expresiones de la ficción en el cine, en la televisión, en la comunicación de las y los gobernantes, en fin, variaciones de la violencia de rutina que de a poco naturaliza a la otra, la que afortunadamente aún causa indignación (aunque no mucho más).

En agosto de 2022, en Jalisco, se registraron 1,265 carpetas de investigación por violencia familiar, número más alto que el promedio mensual de los doce meses anteriores; 264 por abuso sexual infantil, también en ascenso, como la violación, 54 expedientes en treinta días; 126 homicidios dolosos. Uno de estos datos, comparado, no supone una pregunta para el gobierno, sino una respuesta contundente: los 126 homicidios dolosos de agosto son ocho menos que el promedio mensual de un año… imaginemos la conferencia de prensa para anunciar que, a la violencia y la criminalidad, el gobierno contesta con resultados. Estas y las demás cifras, a la sociedad civil no la llevan a algún puerto, sino a seguir preguntándose; digamos, por las causas de la violencia familiar que hay en las 1,265 denuncias (de la mayoría de esa violencia no se avisa a la Fiscalía). Es un método antiguo: ante las preguntas, más preguntas; mientras que las autoridades, a las mismas cuestiones, creen responder con bases de datos y, como sin querer, o tal vez conscientemente, dejan a la deriva la nave que debían gobernar, zozobrante, pero con la sentina llena de estadística.

De este modo, la actitud de quienes juraron guardar y hacer guardar la Constitución, etc. ¿podemos encuadrarla en lo que la Real Academia ofrece como uno de los significados de criminalidad? “Cualidad y circunstancia que hace que una acción sea criminal”. A lo mejor concordamos en que las palabras no son inocuas.

Las preguntas que vale la pena formular son otras, y debe animarlas, sí, desde la criminalidad y la violencia, la realidad que anhelamos: por qué los malvivientes han proliferado y por qué les resulta fácil asociarse con agentes del poder público y privado; por qué a los gobernantes les pesa menos encarar a las y a los ciudadanos que a los criminales; por qué la violencia de género; por qué, con todo y las leyes e instituciones especiales, cada día desaparece más gente y más mujeres son agredidas; por qué suponemos que la elección siguiente y luego la siguiente y luego la siguiente son umbrales por los que entrarán los paladines, mujeres u hombres, que resolverán los problemas, a pesar de que la experiencia nos enseñe que nunca ha sido así.

A la rotunda interpelación de la criminalidad y la violencia respondemos con desconcierto. No afirmamos que no se haga nada desde la sociedad civil (de repente los gobiernos también hacen bien), no, sino que lo que emprendemos es sin concierto; las preguntas que plantea esa realidad que imponen los criminales y los violentos reciben una desconcertada miríada de respuestas: amonestaciones videograbadas, gráficas de colores, duelo de números, litigios estratégicos, protestas, estudios, alarmas, alambres de púas, cambio de hábitos, recelo, gasto en patrullas, armas, cámaras, con el Ejército en plan de espantapájaros, contestaciones que se acomodan a la coyuntura y corren al margen los por qué profundos.

Entonces ¿la criminalidad y la violencia preguntan algo a la sociedad civil? Si acaso, toca alzar la mano y, a un tiempo, pedir a la realidad ominosa: ¿nos repite la pregunta? Para luego, metafóricamente, escuchar el eco de las balas, el rumor del miedo, del dolor; los gritos de los iracundos domésticos y de los ajenos, el silencio del que también se sirven; el escarbar de las palas fosas clandestinas, el de las palas buscando seres queridos; las respuestas vanas de los gobernantes y su indolencia. Y así, al unísono, atentos a las manifestaciones de la criminalidad y de la violencia, poder llamarlas por su nombre y responder adecuadamente y apropiarnos de la calidad de nuestra vida, no sólo reaccionando para adaptarnos.

agustino20@gmail.com

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