Sábado, 18 de Mayo 2024

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A fuego lento

Por: Eugenio Ruiz Orozco

A fuego lento

A fuego lento

Hay un viejo experimento para demostrar que un proceso de acondicionamiento gradual puede conducir a la insensibilidad, la irracionalidad y la muerte. La narración del experimento es más o menos así: si usted trata de introducir a una rana en una olla de agua hirviendo, esta se defiende y salta; si, por el contrario, usted coloca al mismo animalito en un recipiente con agua fría y después enciende la hornilla, el batracio, poco a poco se acostumbra al incremento de la temperatura hasta que finalmente es cocinado sin que oponga resistencia. Valga el ejemplo para subrayar lo que nos está sucediendo. Si revisamos las noticias en los distintos medios y formas de comunicación, nos daremos cuenta de que más del ochenta por ciento son “notas rojas”. Si bajo ese orden de ideas hacemos un análisis de la información política y la cruzamos con la información policíaca, nos percataremos de la permanente convergencia entre ambos temas.

La impunidad en la comisión de asesinatos, secuestros, feminicidios, violaciones, hostigamientos, levantones, robos en la calle y en casas habitación, fraudes y todas las expresiones delictivas imaginables nos ha hecho tolerantes, permisivos e irresponsables. Hemos perdido la capacidad de visibilizar los riesgos; acabamos por aceptar como normales conductas que no lo son, entre ellas, el abuso del poder y la violencia. La permanente descalificación del presidente hacia la Suprema Corte de Justicia y a quienes no piensan como él, no le hace bien a la democracia. Quebranta la necesaria armonía social.

La temporalidad en el ejercicio del Gobierno no sólo es conveniente, es necesaria. Permite correcciones, renovar ideas, facilita el tránsito generacional, estimula la sana competencia, distiende el conflicto social, actualiza prácticas y procedimientos administrativos, elimina el acaparamiento del poder y oxigena el ambiente político, entre muchas ventajas. La división de los poderes públicos obedece a la necesidad de poner límites a los gobernantes. 

A los mexicanos nos gusta el chisme y somos poco propensos a investigar con seriedad, pero, por el bien de la República, debemos escudriñar el pasado de quienes están dispuestos a “sacrificarse” por nosotros. Si depositamos nuestra confianza en alguien, tenemos el derecho de que la confianza nos sea devuelta sin mancha. Los políticos deben aceptar que son personas públicas, sujetas a la permanente revisión de su vida privada. Quien no tenga esa disposición, debe buscar otro tipo de actividades profesionales.

El dos de junio, los ciudadanos definiremos el destino de nuestra nación. No es una afirmación temeraria. Probablemente, inmersos en el día a día de nuestros problemas, no nos estemos dando el tiempo para reflexionar sobre los efectos de una práctica aparentemente insustancial, como depositar nuestro voto en una urna. ¡Cuidado! No lo tomemos a la ligera, hacerlo puede desembocar en un resultado que afecte sustantivamente nuestras vidas y libertades. Por favor ¡entendámoslo! Estamos decidiendo el futuro de México para, al menos, las próximas dos generaciones. Poco menos de cuatro semanas es tiempo suficiente para averiguar, sin prejuicios ni descalificaciones, quiénes son las personas que, acreditadas por nuestra confianza, nos gobernarán. 

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